Cuento corto: “Pasando páginas”
Él abrió su chat, le echó un vistazo a su foto, guapa como siempre, y empezó a escribirle un mensaje.
Él: ¿Se acuerda de aquel paseo al Irazú? El frío que nos obligaba a abrazarnos, la neblina desde las 3 de la tarde, el sol insuficiente, la cabaña de madera, el calentador que no quisimos encender, la batalla de quitarle el corcho a la botella sin herramienta, usted tomando vino directo de la botella en calzones en el balcón, fumando mal y aquel viento que nos helaba, nos calentaba el vino barato, una cobija pequeña y el contacto corporal. Me da un no sé que en el pecho de solo acordarme, se me humedecen los ojos y respiro difícil.
Se secó los ojos y lo leyó nuevamente.
Ella en su casa tomaba el teléfono, abría el chat de él, le echaba un vistazo a su foto, guapo como siempre, pensó en escribirle y justo cuando iba a empezar la sorprendió un “escribiendo…” su corazón se aceleró, cerró rápidamente la conversación, bloqueó su celular y fue por un cigarrillo que fumó mal.
Él, le quitó la parte de los calzones; le pareció atrevida, le quitó también, la parte del que fumaba mal y le agregó un par de comas, lo leyó de nuevo.
Ella desde la ventana no le quitaba los ojos de encima a su teléfono, la notificación no llegaba y empezaba a jugar a arrancarse pequeños pedacitos de uña, fue por su teléfono, desbloqueó, “escribiendo…” bloqueó nuevamente y se sirvió un vino.
Él terminó de leerlo por quinta vez, le pareció que el detalle de los calzones no podía faltar y lo agregó de nuevo, después al final le puso un “¿Cómo está?”, lo quitó inmediatamente y lo puso de nuevo, lo quitó nuevamente y lo cambió por un “La extraño” y pensó si se vería muy necesitado, entonces lo quitó y lo dejó como estaba al inicio, lo leyó de nuevo.
Ella empezaba a desesperarse, desbloqueaba el teléfono: “escribiendo…” lo volvía a bloquear y lo desbloqueaba de nuevo, el estado era el mismo. Llenó su copa nuevamente y tiró su teléfono al sillón.
Él le daba la última leída, estaba complacido, estaba a punto de presionar el enviar, pero empezó a recordar su ruptura, los malos ratos, las discusiones y la chicha que le daba que ella fumara mal. Entonces, empezó a pensar si de verdad valía la pena enviar el mensaje, si no era un signo de debilidad, si ella no se reiría al leerlo, borró el último “La extraño” y leyó el resto.
Ella estaba cansada de esperar y mientras esperaba se acordó de los malos ratos, de sus dudas, del poco tiempo que le dedicaba y la poca paciencia que le tenía, de la libertad y bienestar que sintió cuando volvió a ser soltera y de lo bien que se sentía que nadie le criticara su maldita forma de fumar. De aquel horrible viaje al Irazú donde deseaba que el frío lo hiciera ir a acostarse antes y ellas disfrutar de su soledad en aquel balcón junto a aquella botella.
Se sirvió una copa más, tomó decidida su teléfono, abrió el chat, que seguía en “escribiendo…” y bloqueó el contacto de una vez por todas.
Él borró todo el mensaje y escribió:
Él: Extraño su maldita, única y exquisita forma de fumar mal.
Lo envió… pero nunca se entregó.
Ella cerró un capítulo, él continuaba pasando páginas.